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Aquí no hay novedad
Cinco pesitos el cubrebocas, mi patrón, seis por veinte…
Por Francisco Javier Mares
Cinco pesitos el cubrebocas, mi patrón, seis por veinte… -casi susurra al paso de los transeúntes un hombre muy alto, sin tablas en el oficio, clavado en su carencia en el ombligo de la ciudad, que oferta bolsitas de celofán con el blindaje mágico al mal que exige como licencia de tránsito la autoridad municipal-.
Si Héctor Germán René tiene razón, de covid-19 enferman los que quieren. El punto es que nadie le hace caso. Y no, no la tiene.
Media mañana. El parador ‘San Pedro’ está vacío.
“Solamente podrán ‘accesar’ al servicio de transporte público en estaciones de transferencia, paraderos y en las paradas ubicadas en las calles las personas que porten cubrebocas”. Es mentira.
Nadie hay a cargo de ello. En la taquilla habita una sonrisa encantadora. No lleva cubrebocas. Cinco minutos y la Ruta 4 está ahí. Sanitizada toda ella.
Por cierto, ‘al paradero’ no le iría nada mal una mano de pintura -cantaría Serrat. Unos 20 iremos de pie. Transbordo en el Poliforum. Poca gente a la espera. Ningún ‘Ángel de la Salud’. La ruta 7 tarda veinte minutos. Es una minioruga. Revienta ¿Sana distancia? Miserables. El hombre que hace de una bocina su cruz es mejor en el ‘speech’ tras la moneda que en su aspiración a Javier Solís. En Hermanos Aldama lo relevan cuatro raperos.
Plagiaron las rimas a Memo Ríos o Arjona. Da igual. Son harto agresivos. Cantan por que no traen dinero y porque les gusta. Así, hasta el paradero de ‘La Soledad.’ Apretujones insolentes. Muchachas de miradas huidizas. La realidad es implacable. Aplasta al discurso oficial como a bicho repugnante. La oruga bebé vomita el desayuno. Engulle otro bocado. Los raperos otean ambos sentidos de la vía. Dos payasos tristes hacen lo propio. Tres mujeres embozadas en harapos ofrecen en sus tripies ciruelas, gelatinas y churros.
Cada cual su apuesta. Desde esa platea el caos habitual, añoso de la Miguel Alemán. Vendedores, compradores, taxistas, prostitutas, yerberos, carteristas, reporteros, ‘bajadores’, mendigos, alcohólicos en las banquetas, inspectores, indigentes, policías. Tres paraderos, dos orugas ¿A quién demonios le importan aquí los cubrebocas?
“Habrá intervención de la autoridad para revisar que se respete ‘la sana distancia’, el uso obligatorio de cubrebocas de empleados y clientes y el ingreso de una persona por familia: Centro Histórico, Central de abasto, mercados públicos y privados, tianguis -solo venta de productos de primera necesidad-, tiendas de autoservicio y de conveniencia e instituciones financieras y bancarias -los establecimientos que no acaten estas medidas serán sancionados”. Es mentira.
En el pórtico del ‘Descargue Estrella’, tres tipos de trato amable, litros de alcohol en gel en mano, atajan a cualquiera sin cubrebocas. Si lo llevan al cuello, no importa. El límite de uno por familia y ‘Susana distancia’, son humorismo blanco -se ríen Viruta y Capulina-. Ni modo de comparar los INEs o seguirlos con cinta métrica. Hay que trabajar, jefe. En cuclillas sobre los escalones al pie de una cortina metálica en cuarentena, un hombre correoso, moreno, flaco de ayuno sin causa tirita con el sol encima. Las manos entrelazadas acampan entre las piernas. La mirada fija en nada. Un gesto de instrospección inacabable. El pelo negro, tieso, vence a la gravedad. La barba crece como matas de quelite en el barbecho. Viste andrajos oscuros. Calza en el pie izquierdo un zapato de guante blanco, que en alguna pierna olvidada siguió el paso a un buen danzón. En el derecho, un tennis negro que en otras pistas corrió con mejor suerte. Más como él deambulan invisibles en bulevares y plazas. Hurgan en los depósitos de basura de los mercados. Son nadie. Inútiles al pregón en boga. Los hombres de la patrulla que rueda quedo, ni lo voltean a ver.
El Mercado de Santiago es un girón del barrio en la contraesquina del centro de la ciudad. Sus pasillos huelen a ‘chockomilk’ con canela. Acá hay puestos de máscaras y capas de luchadores. Pinos a derribar con bolas de plástico. Escobas y trapeadores a escala porque hay costumbres que no mueren. En ninguna de sus puertas exigen cubrebocas, ni ofrecen gel. Es lunes. En el micro tianguis que lo circunda se vende lo que se puede. Pertrechos que sobreviven batallas. Ni la burla perdonan, oiga. En las fondas apuran la papa. Ya casi es hora. Al ladito, los salderos de piel se asolean despatarrados sobre pedazos de cuero.
En los comercios del Centro Histórico desoyeron la filípica sabatina del Alcalde. Una llamada a misa. En León, el catálogo de actividades esenciales está escrito en papel sanitario. Aquí todas lo son. O eso parece. En dos de los edificios de telas ‘Biba’ -el otro quedó enclaustrado en la zona peatonal-, no conocen de pandemia alguna. ‘Coppel’ y ‘Famsa’ y ‘Elektra’, inamovibles en su rutina. Prestamos, cobramos ¿Que el alcalde dijo qué? ‘Telcel’ corteja a ‘Susana’ al interior de su centro de atención. En la banqueta es cosa de ella.
Primera de Cinco de Mayo. Los puesteros de conectores de telefonía desafían discursos, órdenes y plagas. La Hermanos Aldama/ Emiliano Zapata es una sátira al oído de la zona peatonal cercada. Un escaparate interminable de calzones. Tiendas de electrónica. Venta de instrumentos musicales. Guitarras, bajos, baterías, teclados y ukeleles. Fragancias de parche en el ojo y perico al hombro. Un par de peluquerías abiertas en las narices de los custodios del orden y el diezmo. Horario imperturbable. Hasta ‘El Heraldo de León’ sigue abierto. Si acaso la ‘Plaza de la Tecnología’ cerrada, prueba que lo ñero rifa solidario.
“…Multa económica de hasta ¡8 mil 688 pesos!-, o arresto de 36 hrs.-, a quienes transiten en lugares públicos sin cubrebocas”. Es mentira.
Héctor Germán René amenaza con cárcel a quien vaya por la vida sin cubrebocas. 24 horas después, el sub Hugo López-Gatell, paciente que es, repasa desde el pizarrón. «En ningún momento se ha dispuesto la suspensión de las garantías constitucionales. Explícitamente se habla de que todas las medidas deben ser con un pleno respeto de los derechos humanos. No existe una justificación legal para este tipo de medidas”. En realidad no importa. Caminar el primer cuadro de León provoca encontrar, en distintos momentos y cruces, a una treintena de gendarmes. En parejas o tríos. Ellas y ellos. Altos y chaparros. Gordos y flacos. Afables y malencarados. Con cubrebocas y sin cubrebocas. Bonachones o mirada de Dholp Lundgren. Rifle de asalto al hombro o tanquesito de gas al cinturón.
A 48 horas de la orden tajante de su comandante en jefe, son absolutamente indiferentes a quienes portan o no el mentado accesorio, así caminen a su lado. Será que ellos sí leyeron a @HLGatell: “Las mascarillas o cubrebocas dan una falsa sensación de seguridad. Hay otras formas de infectarse, por ejemplo, al tocarse la cara. El llamado es a no desperdiciar utilizándolas de forma innecesaria como mecanismo de protección que no tiene una fuerte evidencia científica”. Todavía este lunes -en DVD ‘pirata’ disponible pronto en tianguis de la Ciudad de México, colección a obsequiar a Héctor Germán René-, Gatell, vuelve sobre lo mismo: “Hay algunos municipios en donde le ponen un gran empeño al tema del cubrebocas y otras medidas que son las fundamentales, como la suspensión de los trabajos no esenciales, no están siendo cuidadas con la misma intensidad”. Diez planas.
En Donato Guerra y López Mateos, frente a la biblioteca pública está ‘El Jardín del Vago’. Un vendedor ambulante de CD’s y sus dos perros, duermen la mona. Ronca más de uno de ellos. Nadie los molesta. En la Calzada de los Héroes, semidesierta, un repartidor de alimentos en motocicleta, a la sombra de los árboles, aprovecha los tiempos muertos…, vende cubrebocas. El ‘Panteón Taurino’ está abierto, pero hay una crónica por escribir.
Y en el paradero ‘Zona Piel’, entre el ‘Hotsson’ y ‘La Nueva Estancia’, la espera desespera. Al cobro, la mujer en taquilla permite comprobar que sus patrones no les entregaron siquiera un infeliz cubrebocas. Ya llega la Uno. A Tope. Trovador incluido. Vivir la simulación. No, ‘Mr. HGR’, nada cambió. Aquí no hay novedad…
LA JAULA
‘Andrea’, en Silao y en León, se niega a cerrar. A ver, alcaldes. Ok, no.
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